Con un llanto le pedía a su madre comida, pero ésta no lo escuchaba, sólo aprendió a vivir de la lluvia fría en otoño, su padre ya no era mas que un viejo árbol que con sus secas ramas, hacía crujir los vidrios de su casa abandonada.
Su madre ya no lo llamaba ni siquiera para castigarlo, todo el día se la pasaba plantada en aquella mecedora regando sus raíces secas que ya no podían absorber más ácido que caían de sus ojos al recordar lo que nunca será.
Armado de valor el pequeño fue a aquel hogar repleto de cruces y sangre de rosas, paso a paso el paisaje se deterioraba volviéndose cada vez más tétrico y abstracto, la sala de estar no era lo que ya pues alrededor de su madre se formaba una extensa espiral ensangrentada que manchaba sus tristes ropas.
¿Madre por qué ya no me hablas como ayer? decía el pequeño mientras a su alrededor todo desaparecía, triste la abrazó sin importar sus espinas, era mas el dolor de no tenerla que aquel que condenaba su existencia, sangrando rosas está.
Debilitado y sin esperanza alguna el pobre chico se dejó caer en aquel pozo de tristeza, años perdidos que nunca tendrá, tantos recuerdos que nunca existieron, todos ahora se van.
Al fin caído entre las sombras de árboles horriblemente maquillados, mira con sus últimos respiros aquella tumba, la prisión de su alma, donde lo mantendrían eternamente.
Aquí yace el chico que nunca nació.
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